domingo, 15 de marzo de 2020

Peste

Esta actividad parasítica (en la que se incluyen también los microorganismos de la enfermedad), que provoca una tal reducción numérica cuando la población animal resulta demasiado grande, es solo otra manifestación del principio de que, según los diferentes organismos, existe una cierta densidad de población ideal para que esa especie sobreviva.

¿Hasta qué punto se puede aplicar al hombre este punto de vista ecológico? Durante siglos, el hombre ha estado al final de toda una multitud de cadenas de alimentos. Pero, al igual que otros mamíferos, se ha multiplicado de una manera persistente más allá de los límites de la subsistencia, y en ausencia de carnívoros devoradores de hombres, han aparecido otras limitaciones del crecimiento de la población. A veces la simple inanición ha sido importante, pero con más frecuencia la escasez de alimentos ha tenido efectos indirectos en las emigraciones forzosas, en las guerras internas y externas, en la disminución de la fertilidad y en una excesiva mortalidad infantil. Todos estos factores han colaborado para llevar a cabo la necesaria reducción numérica. La influencia del hambre ha sido todavía más importante porque predisponía para que aparecieran las enfermedades infecciosas más extensa e intensamente. La guerra y el hambre han producido una mortalidad más elevada en el hombre a través de los microbios que a través de la espada y la inanición. Incluso en esas fases raras de la historia, en que la paz y la prosperidad van juntas, la enfermedad infecciosa era el agente preventivo más importante de la superpoblación humana y aún sigue siéndolo en algunas partes del mundo. Gracias a su eliminación progresiva de todos los núcleos mayores de población humana, la mortalidad en la primera y segunda infancia estpa decayendo vertiginosamente y ahora está tomando forma el mayor problema político de la segunda mitad del siglo XX.

Sólo se necesita un conocimiento muy pequeño de la historia de la humanidad para ver que todo el proceso de civilización ha sido principalmente la agregación de números cada vez mayores de personas dentro de zonas limitadas. Las ciudades son esenciales para la civilización y hasta bien entrado el siglo XIX todas las ciudades fueron el terreno de desove de las enfermedades infecciosas. No podía ser de otra manera. Durante siglos, no se tenía la menor idea de que debían tomarse las precauciones que ahora sabemos que son necesarias para prevenir la propagación de las bacterias y de los animales parásitos. Por las calles de la ciudad se encontraban esparcidas inmundicias humanas y animales, el agua venía de pozos contaminados y las ratas, las pulgas y los piojos eran universales.

Hacinados en un medio ambiente tan insalubre, todos los ciudadanos estaban inevitablemente expuestos a la infección cada uno de los días de su vida. No es de admirar que la población de las ciudades, a lo largo de toda la historia, se hayan tenido que reclutar, periódicamente, del campo. Pocas ciudades han podido mantener su población sólo a base de reproducirse, pero la atracción de la vida gregaria ha sido siempre suficiente como para provocar una corriente constante de ambiciosos desde el campo, más sano por estar menos densamente poblado. Y, en mayor escala, vemos casi toda la historia antigua dominada por oleadas periódicas de tribus nómadas procedentes de las estepas y montañas de Europa oriental y de Asia central, que descendían hasta las zonas civilizadas y ciudades de China, India, Mesopotamia, la cuenca del Mediterráneo y el occidente europeo. La vida nómada es la vida sana, y los niños de los nómadas sobrevivían hasta que eran demasiado numerosos para que las estepas los mantuvieran. Después de cada oleada, los conquistadores adoptaban la vida de las ciudades de los pueblos que conquistaban y las enfermedades impedían que sus hijos sobrevivieran otra vez en las cantidades que eran normales en la vida nómada.
(...)

Sería de esperar que si una zona densamente poblada permanece aislada de todas las otras regiones populosas, se desarrollaría lentamente un estado de equilibrio, independientemente de los parásitos que que existieran en un principio. También sería lógico esperar que el equilibrio se alteraría gravemente dentro de esta zona si se introducía un parásito nuevo e importante. La historia de la humanidad nos ofrece muchos ejemplos de este estado de cosa. Antes de los descubrimientos europeos, muchas de las islas del pacífico estaban densamente pobladas. Había unas cuantas enfermedades infecciosas, pero, en conjunto, la gente estaba muy sana. Cuando los mercaderes, los misioneros y los negreros habían llevado a cabo sus respectivos cometidos entre los nativos, las epidemias de una docena o más de enfermedades infecciosas, más la desmoralización general, habían reducido la población, en grupos como los de Nuevas Hébridas, a una fracción de su número original.

En las ciudades europeas, de las que se ocupa principalmente la historia epidemiológica, había siempre un cierto grado de contacto con otras ciudades. Los parásitos nuevos, como el de la Muerte Negra, se podían trasladar de una ciudad a otra portados por las ratas y sus pulgas, entrar en ellas al paso de los ejércitos victoriosos como en el caso de la sífilis que asoló Europa al final del siglo XV, o propagarse de manera invisible, como ocurrió con el cólera hace un siglo. Los cercos de las ciudades, las sequías o las inundaciones provocaban el hambre que, a su vez, originaba otras perturbaciones violentas en el equilibrio entre el hombre y sus parásitos. El hombre no tuvo nunca la oportunidad de desarrollar un modus vivendi con todos los microbios y parásitos mayores que le atacaban.

Vamos a dejar el pasado, tan poco saludable, y vamos a examinar las condiciones de la civilización actual desde el mismo punto de vista. Han ocurrido varias cosas. Primero, se han encontrado métodos para prevenir algunos tipos de infección que tuvieron una gran importancia en la época antigua, los que se propagaban gracias a la suciedad o, dicho claramente, por las heces humanas, y los que transmitían animales parásitos o semi-parásitos, tales como pulgas, piojos y mosquitos. Un alcantarillado y suministro de aguas eficaces, además de un grado de limpieza generalmente aceptable, nos han librado, en los climas templados, de la tifoidea, la disentería, el cólera, la peste, el tifus y el paludismo. No hemos podido, y probablemente no podremos nunca, impedir la propagación de las enfermedades que se extienden por lo que técnicamente se llama "infección por los núcleos goticulares de Wells". Los resfriados, las infecciones de garganta, la gripe, el sarampión y otras enfermedades parecidas pasan de persona a persona vía unas minúsculas gotitas de saliva que se pulverizan en el aire cuando se tose, se grita, etc. Mientras que los seres humanos de los grande países tengan que ocuparse de sus asuntos, continuará esta diseminación de la infección. No resulta difícil pronosticar un aumento real de la incidencia de las infecciones llevadas por gotitas, al fusionarse las ciudades en "megalópolis" en las que el número de personas en contacto potencial, en sentido epidemiológico, podría llegar a ser de 100 millones o mayor. Es probable que sólo se intentarán tomar medidas de control cuando llegue a ser evidente el peligro de algún tipo determinado de enfermedad o cuando se descubra una técnica nueva de prevención. La inmunización seguirá probablemente siendo el método normal de control, manteniéndose en reserva a la quimioprofilaxis (protección mediante antibióticos y otras drogas) para las emergencias.

(Sir Macfarlane Burnet & David O. White.)


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ALGUNOS VIDEOS

Laurie Garret: Lecciones sobre las gripes.
https://www.youtube.com/watch?v=2lJvr5UL2pQ&fbclid=IwAR22LGwLlWmtqsGojRizXj2sIQkSZtuhGO_m9dC6KTngntniO8m0O-K1d1Q

1918 Spanish Flu DOCUMENTAL
https://www.youtube.com/watch?v=UDY5COg2P2c&fbclid=IwAR0xGEzxt_A9_s6g_qreV9tECrzpB0lulo1Gygg9y35QAvQjbZCQ2ElxqMo

Spanish Flu - Warnings from History
https://www.youtube.com/watch?v=3x1aLAw_xkY&fbclid=IwAR34w3y04Eh-_AaRtM59t0uV3-D0qidnFHboD3x-eoJ5kuzasXs_1UKs-EU

viernes, 30 de agosto de 2019

Economic advice

If you are or you advise a person in authority in the private or public sectors, you should know now not to take the advice of economists on faith. They have received far too easy a ride as the accepted vessels of economic knowledge. ask a few enquiring questions, and see whether those vessels ring hollow. When the time comes to appoint advisers on economic matters, quiz the applicants for their breadth of appreciation of alternative ways to ‘think economically,’ and look for the heterodox thinker rather than just the econometric technician.

(Keen, 5, 6)

‘no one saw this coming’
In a paper with the mocking title of ‘“No one saw this coming”: under­ standing crisis through accounting models’ 5 (Bezemer 2009, 2010, 2011), Dutch academic Dirk Bezemer trawled through academic and media reports looking for any people who had warned of the crisis before it hap­pened, and who met the following exacting criteria:

Only analysts were included who: • provided some account of how they arrived at their conclusions. • went beyond predicting a real estate crisis, also making the link to real sector recessionary implications, including an analytical account of those links. • the actual prediction must have been made by the analyst and available in the public domain, rather than being asserted by others. • the prediction had to have some timing attached to it. (Bezemer 2009: 7) Bezemer came up with twelve names: myself and Dean Baker, Wynne Godley, Fred Harrison, Michael Hudson, Eric Janszen, Jakob Brøchner Madsen and Jens Kjaer Sørensen, Kurt Richebächer, Nouriel Roubini, Peter Schiff, and Robert Shiller.
He also identified four common aspects of our work: 1 a concern with financial assets as distinct from real­sector assets, 2 with the credit flows that finance both forms of wealth, 3 with the debt growth accompanying growth in financial wealth, and 4 with the accounting relation between the financial and real economy. (Ibid.: 8)

If you have never studied economics before, this list may surprise you:don’t all economists consider these obviously important economic issues? As you will learn in this book, the answer is no. Neoclassical economic theory ignores all these aspects of reality – even when, on the surface, they might appear to include them. Bezemer gives the example of the OECD’s ‘small global forecasting’ model, which makes forecasts for the global economy that are then disaggregated to generate predictions for individual countries –it was the source of Cotis’s statement ‘Our central forecast remains indeed quite benign’ in the September 2007 OECD Economic Outlook. This OECD model apparently includes monetary and financial variables. However, these are not taken from data, but are instead derived from theoretical assumptions about the relationship between ‘real’ variables – such as ‘the gap between actual output and potential output’ – and financial variables. As Bezemer notes, the OECD’s model lacks all of the features that dominated the economy in the lead­up to the crisis: ‘There are no credit flows, asset prices or increasing net worth driving a borrowing boom, nor interest payment indicating growing debt burdens, and no balance sheet stock and flow variables that would reflect all this’ (ibid.: 19).

How come? Because standard ‘neoclassical’ economic theory assumes that the financial system is rather like lubricating oil in an engine – it enables the engine to work smoothly, but has no driving effect. Neoclassical economists therefore believe that they can ignore the financial system in economic analysis, and focus on the ‘real’ exchanges going on behind the ‘veil of money.’ They also assume that the real economy is, in effect, a miracle engine that always returns to a state of steady growth, and never generates any undesirable side effects – rather like a pure hydrogen engine that, once you take your foot off the accelerator or brake, always returns to a steady 3,000 revs per minute, and simply pumps pure water into the atmosphere. To continue the analogy, the common perspective in the approaches taken by the economists Bezemer identified is that we see finance as more akin to petrol than oil. Without it, the ‘real economy’ engine revs not at 3,000 rpm, but zero, while the exhaust fumes contain not merely water, but large quantities of pollutants as well.
As the financial crisis made starkly evident, neoclassical economists were profoundly wrong: the issues they ignored were vital to understanding how a market economy operates, and their deliberate failure to monitor the dynamics of private debt was the reason why they did not see this crisis coming – and why they are the last ones who are likely to work out how to end it.