viernes, 19 de julio de 2019

Solvencia

En realidad, los Estados nunca devuelven su deuda. Lo que hacen es refinanciarla, o sea, posponen su devolución de forma indefinida y sólo pagan los intereses de los préstamos. Mientras puedan seguir haciéndolo, serán Estados solventes. Para hacerse a la idea, sólo hay que visualizar un hoyo excavado en la tierra, situado junto a una montaña que representa el total de los ingresos del país. Día tras día, según se acumulan los intereses de la deuda, el agujero se va haciendo cada vez más grande, aunque el Estado no pida nuevos préstamos. Durante los buenos tiempos, cuando la economía crece, la montaña de ingresos aumenta de forma sostenida. Así, mientras la altura de la montaña crezca más deprisa que la profundidad del hoyo, los ingresos adicionales que se acumulan en la cima podrán transferirse al agujero adyacente. De este modo, la profundidad del agujero no varía y el Estado se considera solvente. Pero cuando la economía deja de crecer o empieza a contraerse, la insolvencia llama a la puerta: la recesión se come los ingresos que hacen crecer la montaña y ya nada puede impedir que el hoyo se siga haciendo más profundo. Llegados a este punto, los señores de los bancos exigirán que aumenten los tipos de interés de sus préstamos; es el precio que hay que pagar para que el Estado se pueda seguir refinanciando. Pero unos tipos de interés altos actúan como una excavadora pasada de revoluciones, que al trabajar cada vez más deprisa agranda a toda velocidad el agujero donde se acumulan las deudas.

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